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domingo, 16 de octubre de 2011

Imaginarios Urbanos


“Un imaginario colectivo se constituye a partir de los discursos, las prácticas
sociales y los valores que circulan en una sociedad. El imaginario actúa como
regulador de conductas (por adhesión o rechazo). Se trata de un dispositivo
móvil, cambiante, impreciso y contundente a la vez. Produce materialidad. Es
decir, produce efectos concretos sobre los sujetos y su vida de relación, así con
sobre las realizaciones humanas en general.” (Díaz, 11)




Los imaginarios se establecen entonces como base de muchas de las consideraciones que presenta el
ser humano contemporáneo, configurando lo que considera como bueno, malo, correcto o inadecuado,
éstas construcciones sociales se insertan inconscientemente en el sujeto, determinando sus acciones y
juicios, modificando los resultados de su experiencia con la realidad, con la cotidianidad y entre ellos,
con importancia fundamental para nuestros intereses.


El tema de la vida urbana, como parte de los estudios recientes sobre los imaginarios urbanos, introduce, efectivamente, una dimensión nueva: el interés por esas pequeñas personas [gens de peu) que analizó Sansot en su tiempo, por sus formas particulares de apropiarse del espacio urbano, de organizado para garantizar no solo su supervivencia urbana, sino mucho más allá, la vida urbana misma. Temas específicos, como el transporte (Monsiváis, 1995; García Canclini et al., 1996; Narváez, 2000), el uso y la apropiación de las unidades habitacionales, los usos de espacios particulares -semi públicos-, como salones de bailes, discotecas, centros comerciales y otros, han llevado a un mucho mejor conocimiento de las prácticas cotidianas de la población de las ciudades (KuriyAguilar, 2006). Sin embargo, si estas prácticas están efectivamente relacionadas con ciertos imaginarios como se desprende de lo que afirmamos anteriormente, pocos son los estudios en los cuales esta reflexión es evidenciada. En otros términos, en el estudio de las prácticas individuales y colectivas en el espacio urbano, como señas y marcas de la vida urbana, estas no siempre están asociadas a los imaginarios que forzosamente las sustentan. Es necesario reconocer, entonces, que se ha producido un gran acervo de análisis culturales sobre la ciudad, cuyo amarre con el estudio de los imaginarios suele ser bastante débil.
No obstante, una relectura, una aproximación de segundo grado de muchos de estos trabajos, permite identificar por lo menos ciertos ejes de sentido como los llama Armando Silva (1992). Estos ejes de sentido remiten, entre otros, a la dificultad de ser modernos, o a la fascinación por la cultura popular como afirmación de una identidad latinoamericana más potencial quizás que real. Todos estos temas han sido abordados por autores como Néstor García Canclini (2004; 1997) o por el mismo Armando Silva (1992), para solo citar los autores más relevantes en estos temas.
A pesar de todo esto, parecería que aún está pendiente la tarea de construir un verdadero amarre entre las prácticas, los ejes de sentido y los imaginarios. Evidentemente, esto no se resuelve por la frecuencia con la cual se emplea la voz imaginario.
Una segunda veta es la de un conjunto de estudios centrados en las representaciones. Este tema se acerca mucho más a lo que podemos considerar como auténticos estudios de los imaginarios: implica entender cómo se forman las representaciones (la ciudad imaginada) de los habitantes de una ciudad. Esta forma de abordaje es la que se introduce en la serie de obras sobre ciudades iberoamericanas, que dirige Armando Silva (por ejemplo Ossa y Richard, 2004; Escoda, 2004 o Silva, 2003). En todos los casos, nos resulta un esfuerzo particularmente útil a partir del momento en que trata de reconstruir la visión de la ciudad que impregna la mente de sus habitantes.
Una de las preguntas más agudas en ese sentido, es la que formula Silva en la introducción a la obraBarcelona imaginada: "¿Acaso no son reales nuestras fantasías que soportan los fantasmas?" (Silva en Escoda, 2004: p. 18). En otros términos, asistimos a un interés creciente por entender las representaciones de la ciudad —la ciudad imaginada- que construyen, individual y colectivamente, los ciudadanos de las urbes iberoamericanas. Como también lo afirma Silva y se constituyó un consenso entre los estudiosos del tema, estamos frente a diversas culturas de la ciudad, y no a una sola como los grandes discursos de décadas pasadas quisieron afirmar e imponer como visión de la ciudad (Silva, 1992). Si bien todas las ciudades no se construyen solamente sobre la fantasía como Las Vegas o ciertas ciudades turísticas, ciertamente las urbes latinoamericanas merecen ser analizadas a la luz de los fantasmas que sustentan las fantasías de los grupos sociales.
Así, los deseos de modernidad o posmodernidad se entrecruzan y en ocasiones se enfrentan fron taimen te con aquellas visiones conservadoras, que también podemos señalar como patrimonialistas, para las cuales la ciudad no debe ser incluida en el movimiento y la aceleración propia de los tiempos actuales. Representaciones conflictuales (Hiernaux, 2006b) que confirman que las diversas culturas de la ciudad no son ni complementarias ni homogéneas, ni forzosamente compatibles.
El tema que introdujimos en los primeros párrafos de este ensayo -la posible desaparición de la ciudad- es otra forma de construcción de las representaciones de la ciudad, y por ende, deriva en imaginarios significativos. Desde las obras fundadoras de Francoise Choay (véase varios textos de la autora, republicados en Choay, 2006), se ha derramado mucha tinta en torno a la desaparición posible de la ciudad, en el sentido tradicional (Hiernaux, 2006c). Esto ha sido magnificado últimamente en el pensamiento de autores como Soja (2001), entre muchos otros, sobre la ciudad americana. En general, esto se constata en los estudios que parten del paradigmático caso de Los Angeles, la anti-ciudad americana por excelencia, pero también modelo de no pocas experiencias recientes de urbanización tanto en América Latina como en Europa, siempre muy atenta al mantenimiento de la ciudad de tipo mediterráneo (Monclus, 1998)12. Un imaginario significativamente potente atraviesa, así, muchos trabajos contemporáneos: la ciudad tradicional se pierde y con ella el sentido mismo de la urbanidad y la perpetuación del carácter urbanita de la sociedad.
Este potente imaginario no solo deriva en constataciones y discursos sobre el devenir de la ciudad, sino que se pone en operación a través de prácticas urbanas particularmente dinámicas que implican, entre otros aspectos, cuestiones como la recuperación de los centros históricos por aquellos grupos que sienten la necesidad de sostener su carácter urbanita. Así, la gentrificación, generalmente asociada a cambios sociales y a procesos económicos, merece, entonces, también ser vista a la luz del imaginario de la des-ciudadización. Evidentemente, este imaginario está construido a partir de imágenes de gran fuerza, como aquellas con las cuales se alimenta nuestra vida cotidiana, en amplias autopistas saturadas, suburbios interminables y una centralidad consumista, que reemplaza a aquella que se construyó progresivamente a partir de diversos procesos históricos y sociales.
Entre la gran cantidad de estudios actuales sobre la ciudad se destaca un segundo grupo de estudios que son aquellos que introducen el tema del miedo, la inseguridad, el encierro y las topofobias como imaginarios dominantes (por ejemplo, Lindón, 2006a). Esta situación no es exclusiva de Iberoamérica: la revuelta de las periferias francesas del otoño 2005, también ha dado lugar a numerosos trabajos en ese sentido (Viala y Villepontoux, 2007). Destaca en todos estos estudios la presencia de un ingrediente que siempre existió en las ciudades pero que se magnifica actualmente e inclusive, se vuelve un argumento político13: el miedo al otro.
El reconocimiento de la presencia del otro que construye su ciudad con representaciones y actúa bajo la fuerza de imaginarios distintos y que a veces llegan a entrar en conflicto con los propios, es fuente de un sentido de inseguridad (aunque sea más una imagen que una realidad en muchos casos). Los investigadores de lo urbano han sido muy sensibles a esas representaciones de la inseguridad, y han dedicado numerosos trabajos sobre el tema (Aguilar, Lindón y Hiernaux, 2006).
Ligada a lo anterior, se encuentra una tercera vertiente o grupo de trabajos relacionados con la forma bajo la cual estos imaginarios se traducen en estrategias concretas, es decir, en acciones sobre lo urbano, para garantizar la protección propia. Este tema es importante en sí porque demuestra la relación entre imágenes, representaciones, imaginarios y acciones, pero además porque permite comprender muchos de los cambios morfológicos de las ciudades actuales, y en este caso, no solo las iberoamericanas (Soja, 2001). Esta perspectiva también ha hecho posible abordar esta problemática a diferentes escalas. Por ejemplo, Alicia Lindón (2006) plantea en este sentido —con relación a un espacio de reducidas dimensiones, o gran escala-la reconstrucción de la casa como forma material y como espacio apropiado, en términos de un espaciobunker.
Sin embargo, la vía más relevante, en nuestra opinión, aún no cuenta más que con pocos seguidores, y es la que se plantea la articulación entre los imaginarios y las prácticas14. Seguramente, esta vía resultaría fructífera para abordar temas como el de la inseguridad en la ciudad. Pero, aún suelen resultar enfatizadas las estrategias prácticas, y olvidando que su articulación con los imaginarios permitiría comprender de manera más acabada la ciudad actual.
Ciertas líneas del análisis sobre la ciudad que fueron descifradas por el pasado, merecen nuevamente la atención, en el contexto del interés por los imaginarios. Un caso particularmente relevante es el del estudio del discurso de quienes diseñan y aplican las políticas públicas. Aunque no exclusivamente, esto también se puede extender al análisis de los discursos de la sociedad en general con respecto a esas políticas urbanas (Hiernaux y Lindón, 2004). Este discurso refleja imaginarios presentes en la sociedad en ese tiempo, y en la sociedad en la cual se desarrolla esa propuesta. Una cuestión crucial, ya añeja en los estudios urbanos, sería establecer qué grupos sociales logran imponer sus representaciones e imaginarios en el discurso de los hombres políticos y cuáles son los mecanismos para imponer estos discursos a nivel de la sociedad en general, así como el esclarecimiento sobre las formas en las que se concretan estos imaginarios en las intervenciones públicas.
En este contexto, operaciones de renovación urbana como pueden ser las de Puerto Madero en Buenos Aires, el Centro Histórico de La Habana o el de la Ciudad de México, parecerían expresar imaginarios que se derivan de ciertas representaciones de lo que es (o debería ser) la ciudad. Sin embargo, se imponen en contextos políticos e históricos particularmente distintos entre sí y en economías y sociedades notablemente diferentes. Ello nos permite preguntarnos: ¿será que existe una cuenca semántica universal —como lo afirma Durand- que en estos casos justifica el discurso de políticos distintos y orienta el curso de la acción pública en operaciones, que si no son semejantes al menos resultan paralelas?
Este trabajo de análisis es todavía una asignatura pendiente, como muchos otros en torno al estudio de los imaginarios urbanos. La fiebre culturalista que encendió en el mundo académico, ha orientado a no pocos investigadores, a acercarse a la vida cotidiana de los habitantes (¿el urbanita será ahora un nuevo cobayo que viene a sustituir al proletario?), pero simultáneamente los ha distanciado del análisis de los discursos y de la obra pública o privada. Tal vez sería de mayor potencialidad buscar los puentes entre ambos.

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