La masacre de los inocentes
Bacon es un expresionista de tomo, lomo y costillas. En la expresión deformadora de la realidad pone todo su color, su enorme fuerza, su sadismo, su masoquismo, su tiempo y su emoción. En definitiva, toda su energía desbordante entregada en búsqueda de un ideal esclarecedor, lleno de vida y pasión sacro profana.
Obsesionado con la muerte, los cuerpos con los músculos al desnudo y la putrefacción. A menudo para inspirarse dejaba que trozos de carne descompusiesen, ello le servía de inspiración
Decia Bacon, como Nietzsche, el hombre debía reinventarse a sí mismo; debía recurrir a los doctores y científicos para renovarse y reformarse, y que todavía pasaría un tiempo hasta que su reseca religiosa le permitiría actuar libremente.
Bacon había tratado de formarse deliberadamente en multitud de ocasiones, y según él no había ido bastante lejos. Para él sus cuadros son un testimonio de esta distorsión.
“La mayor parte de un cuadro siempre es convención, apariencia y eso es lo que intento eliminar de mis cuadros. Busco lo esencial, que la pintura asuma de la manera más directa posible la identidad material de aquello que representa. Mi manera de deformar imágenes me acerca mucho más al ser humano que si me sentara e hiciera su retrato, me enfrenta al hecho actual de ser un ser humano, consigo una mayor cercanía mientras más me alejo"
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